Hay algo esencial en una novela: los detalles. ¿De qué tipo de detalles hablamos? Cómo y qué se comía en la época en que se desarrolla la novela, el vocabulario de la época, la vestimenta… Esos detalles que, de no ser exactos, pueden hacer descabalgar la novela. De ahí lo importante que es tenerlos atados y bien atados.

Para empezar, una premisa fundamental: según la temática de la novela, tendrás la posibilidad de extenderte más o menos en esos detalles. Un ejemplo sencillo: si el protagonista se dedica a la moda, en este caso tendrás para tener a mano documentación acerca de la ropa que se utilizaba en esa época, las tendencias, el cambio experimentado por los ropajes en cada momento…

Aunque, si lo que quieres es sorprender a tus lectores y hacer la novela más llamativa, no estaría de más aportar aquellos detalles relacionados con la documentación que puedan parecerte más atractivo. Es decir, las costumbres, expresiones del momento, giros coloquiales, modos, etcétera. No en vano, una de las peculiaridades de la novela histórica es, precisamente, esa: la capacidad de sorprender a los lectores con los datos que se aportan durante la narración. Y ahí es donde el valor de la documentación resulta fundamental.

Ahora, ¿y si lo que vas a escribir no es una novela histórica? ¿Sirven todas estas premisas para, por ejemplo, escribir una novela negra? Eso quedará a tu criterio, dependerá de cómo pretendas emplear esos detalles, y si crees que interferirán o no en la narración de la historia. No obstante, piensa que esos detalles, si sabes usarlos con propiedad y no interfieren la lectura para nada, siempre enriquecerán la novela. Porque, al fin y al cabo, no sólo se trata de escribir una, sino también de aportar datos que llamen la atención del lector. Y ahí, la documentación se revela como la herramienta esencial para conseguir dicho propósito.

FUENTE: megustaescribir.com