Madrid, esa ciudad que tanto enseña como esconde, es el escenario en el que Roberto Gómez Moreno desarrolla la acción de su novela El calendario de la pared. Una novela que habla de asesinatos, pero también de amistad. Así que, si quieres seguir leyendo…

1956. Un año gris y oscuro en un Madrid tan descolorido e insípido como los meses que caían del almanaque. En ese Madrid es donde Roberto Gómez Moreno sitúa la acción de El calendario en la pared. Un año gris, decíamos, con falangistas asaltando la Universidad; un año en el que Rafael García Serrano escribió el pregón de las fiestas de San Isidro y la Vuelta Ciclista a España terminó, como solía ocurrir por entonces, en el Paseo de Coches del parque de Madrid, viniendo como venía la caravana ciclista desde Valladolid.

Y es en ese Madrid donde el teniente Antonio García y su ayudante Alejandro Gómez se afanan en dar con el responsable de una serie de crímenes de mujeres jóvenes. Unos crímenes que levantan tanto miedo como fabulaciones en una ciudad dada a elucubrar con la identidad del asesino, los motivos que le impulsan a actuar de esa manera, etcétera.

Y lo que Rodrigo Gómez Moreno te propone es un viaje a ese Madrid gris, descolorido; te invita a pasear por sus calles en compañía del teniente y de su ayudante, quienes se dejarán caer por barrios donde la fachada es una sonrisa que oculta el verdadero rostro de la muerte; y te invita a reflexionar sobre la importancia de la amistad, su valor, el verdadero sostén en momentos difíciles, que lo mismo puede evitar una muerte como servir para delatar la identidad de un asesino.

Y todo ello en una ciudad que corre por las venas de la novela de Roberto Gómez Moreno, comportándose como un protagonista más. Casi el verdadero protagonista, el que sabe todo lo que ocurre y va a ocurrir en El calendario de la pared.