Y más manías a la hora de escribir

Y más manías a la hora de escribir

Hace unas semanas te contamos algunas manías de los grandes escritores de la historia, y cómo gracias a ellas lograron escribir algunas de las obras más recordadas. Pero nunca serán suficientes, así que aquí te van más manías si cabe.

¿Qué te parece el lugar donde escribes? ¿Es el apropiado? ¿Te gustan sus condiciones, te relaja? Insistimos tanto en el particular porque Gabriel García Márquez necesitaba estar en una habitación con una temperatura determinada y, además, delante de él debía tener un jarrón con una flor amarilla. Sería para que espantar cien años de soledad…

¿Cuántas horas escribes al cabo del día? ¿Y eres de corregir lo que escribes a continuación? Cuatro al día empleaba Truman Capote, que posteriormente corregía dos versiones de sus escritos, y siempre a lápiz, antes de pasar lo escrito a máquina. Y otra curiosidad más: nunca podía dejar más de tres colillas en el cenicero que le servía de compañía durante sus horas de escritura. ¿Y qué hacía con el resto?, te estarás preguntando. Las guardaba en sus propios bolsillos para evitar llenar el cenicero.

Aunque si hay alguien que le dedicaba mucho tiempo a la escritura, esa persona fue Isaac Asimov. Ni más ni menos que los siete días de la semana a razón de ocho horas al día, sin descansar ni fines de semana ni tampoco festivos. En total, una producción cercana a las treinta y cinco páginas al día. Y sólo revisaba una vez lo que escribía, que consideraba una pérdida de tiempo hacerlo.

Otro caso curioso es el del Philip Roth, quien consideraba —no sin razón— que escribir necesita mucho esfuerzo. ¿Dónde escribía? En una cabaña para huéspedes de una casa del siglo XVIII que adquirió. Y lo hacía allí siempre antes de desayunar, e incluso hasta no dudaba en hacer ejercicio allí mismo si era necesario para inspirarse. Y todo para concluir que «escribir no es un trabajo duro, es una pesadilla».

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